domingo, 17 de febrero de 2008
Poseidon/Neptuno
Aunque Poseidón o Posidón es el dios de los océanos, o por lo menos del Mediterráneo, es decir, del único mar conocido por los primeros griegos, también es un rey que acude siempre con sus caballos. De hecho, él regaló a los hombres el primer caballo que pisó la tierra firme y, por eso, siempre se le recuerde como auriga de un maravilloso carro de oro, surcando las aguas no con la quilla de una nave, sino con las ruedas de un carruaje que es capaz de surcar las olas. Poseidón será, por tanto, el rey de la gran superficie del mar y de sus negros abismos, que no necesita exhibir ningún cetro ornado de piedras preciosas, ni llevar ropajes suntuosos, porque su aspecto demuestra su poder lo suficiente. Por contra, en su potente brazo esgrime un amenazador tridente marino que simboliza, mejor que cualquier otro objeto, su verdadero poder específico. Tridente que es también la herramienta decisiva para realizar sus deseos, o para hacer que se obedezcan inmediatamente sus órdenes. Ya que Poseidón está en consonancia con la idea de los clásicos griegos según la cual el mar es la fuente de toda vida, marina, aérea o terrestre. Poseidón se encuentra en esa privilegiada categoría de dios superior, que puede permitirse el constante lujo de mostrar su diferencia, su desmesura, en las acciones pequeñas y en los grandes asuntos. Por eso, Poseidón, terrible ser de los mares, desea, continuamente, poseer la tierra de la que partió y entra repetidamente en pugna con sus compañeros. No le basta con ser el soberano de todo lo conocido y desconocido que habita en el Océano; tampoco le basta con ser el precursor de la doma y la utilización del caballo, ni ser querido y respetado por haberse convertido en su generoso donante a la humanidad; ni siquiera su fastuoso palacio del Egeo. Poseidón quiere volver a la tierra firme y en ella pasa la mayor parte de su reinado, entre pleitos inútiles. Por eso, cuando una y otra vez le fallan sus maniobras, el dios del mar utiliza las tormentas y la fuerza de sus olas para barrer las costas y atemorizar a los inocentes ciudadanos de tierra adentro. Mientras él se retira a sus dominios acompañado de toda una corte de divinidades menores, formada por sirenas, tritones, nereidas, oceánidas, hespérides, etc. En concreto, Posidón, aparte de sus caballos y de ser conocido también bajo la forma del caballo, tuvo siempre a su lado a los delfines como cabalgaduras y compañeros. Pero además era el dios que sostenía el planeta en el que vivimos, porque el Océano rodeaba la tierra y era evidente que él desde los mares, soportaba el peso de la tierra firme. Además, Posidón había dado forma a las costas, había arrancado trozos de montañas para formar los acantilados o había pasado la mano por el litoral para dejar suaves playas y abrigadas bahías en las que los barcos y los navegantes encontrasen refugio. También había salpicado el mar de los griegos de las más hermosas islas que se podían concebir y había dibujado con sus dedos o su tridente las gargantas por las que discurrían los ríos. Por eso, aparte de tener a su lado a las sirenas traidoras, a las nereidas inigualables, a las oceánidas hermosas y a los tritones poderosos, Posidón era señor de las ninfas, ondinas y náyades de los lagos, de los ríos, de las fuentes. Todas ellas eran parte de su hermosa corte, que le debían pleitesía y obediencia por ser parte del mundo acuático.
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